El agua del mar contiene oligoelementos (yodo, sodio, potasio, zinc, etc.), que no se encuentran en el agua dulce, y que tienen efectos curativos para tratar determinadas enfermedades. Esto se consigue porque cuando nuestro cuerpo entra en contacto con el agua salada, se produce un fenómeno llamado ósmosis. La ósmosis consiste en un intercambio por el cual el organismo “absorbe” los elementos del mar produciéndose una renovación de los mismos en nuestro organismo.
Además el aire marino está lleno de minúsculas gotas de agua de mar y es muy rico en ozono, yodo e iones negativos. Esto hace que, tenga propiedades antibióticas, calmantes del sistema nervioso y estimulante de las defensas del organismo. La brisa marina “golpea” sobre nuestra piel como si fuera un masaje y, a la vez, deposita sobre ella sales marinas, que nos provocan una mayor vitalidad y flexibilidad de la piel. Además, el vaivén de las olas, provoca un efecto relajante que nos ayuda a controlar el estrés.
Así, andar por la orilla y respirar la brisa marina nos ayuda a fortalecer las defensas, gracias a la cantidad de yodo e iones que contiene. Un simple baño en el mar, permite beneficiarnos de las propiedades desintoxicantes. Nos ayuda a oxigenar la piel y reequilibrar su PH, lo que contribuye a retrasar el envejecimiento.
Ahora lo tenemos muy bien para disfrutar del mar, pero en invierno podemos disfrutar de sus beneficios con un tratamiento de talasoterapia en un spa. La talasoterapia es una de las medicinas alternativas que se encarga de aprovechar este recurso natural.
Breve recuerdo historico:
El mar es el origen de la vida, y desde tiempos remotos se conocen los efectos beneficiosos que tienen los baños de agua del mar sobre las personas. Existen referencias del poder curativo del mar en papiros egipcios, e incluso Homero se refería a este elemento como la forma en que Ulises recuperaba sus fuerzas.
A lo largo de la Edad Media el agua de mar se siguió utilizando en diversos tratamientos basándose siempre en la creencia, cada vez más extendida y estudiada, de las propiedades curativas del medio marino.
En el siglo XVIII este tipo de terapia tuvo su mayor auge al ponerse de moda en Inglaterra los baños termales con agua del mar, práctica que rápidamente se extendió por el resto de Europa y dio lugar a la creación, primero, de verdaderas ciudades termales y, más tarde, de los centros de talasoterapia en los que además del agua de mar adquiere una gran importancia todos los elementos que componen el clima marino.