Le damos tantas vueltas a algo que nos ha sucedido —una mala experiencia, una discusión, un problema, una decisión a tomar— que entramos en un bucle en el que dedicamos tanto esfuerzo, tanta energía y tanto tiempo que lo único que conseguimos es agotarnos y frustrarnos.
Lo peor, es que creemos que dando vueltas a eso que nos preocupa —y no está resuelto— vamos a entender qué lo originó, cómo sucedió, por qué pasó hasta dar con una posible solución. Pero pasa todo lo contrario, le damos vueltas y seguimos sin entender y sin encontrar solución al problema e incluso puede que lleguemos a bloquearnos.
Se hace totalmente necesario parar —ya que en exceso, el “dar vueltas” puede provocar trastornos físicos y mentales— y darles un descanso a nuestros pensamientos a favor de nuestra salud y bienestar.
¡No le des vueltas al asunto!
- Busca alguna actividad u otra forma de comportarte que detenga ese pensamiento. Enfócate en tu objetivo, en tu proyecto personal o profesional, en una tarea específica. Ten tu objetivo muy claro, organiza y establece pasos concretos a seguir que te lleven hacia él.
- Evita situaciones y personas que te recuerden ese pensamiento, al menos hasta haberlo gestionado. Rodéate de personas que contagien y te aporten energía y fuerza.
- Acepta que no es posible hacerlo todo perfectamente y en todo momento. La perfección es una pérdida de tiempo y un gasto excesivo de energía, y eso no conviene.
- Prueba a marcar un tiempo a “darle vueltas”, cinco, diez o quince minutos. Escribir luego esos pensamientos te ayudará a replantearte el problema o encontrar una solución.
- Darle vueltas a las cosas en demasía fomenta la negatividad y el catastrofismo. Respira, inspira, expira y relájate. Reconoce y detecta primero esos pensamientos negativos y, pregúntate ¿qué probabilidades hay de que suceda lo peor? Pon atención a lo positivo, reconoce tus debilidades pero también tus fortalezas y tus habilidades.
Preocuparse es la antesala a ocuparse… Cuando haya algo que te preocupe, no le des más vueltas, ocúpate.