Todos tenemos emociones, nadie se escapa de ellas, aunque si hay diferentes opiniones sobre la cantidad de emociones que podemos tener, las emociones básicas y primarias que nos vienen de fábrica son cuatro, alegría, ira, miedo y tristeza, luego se van etiquetando más emociones como la sorpresa, la vergüenza, la envidia, etc., consecuentes de las primarias.
Cuando una emoción nos impacta la reconocemos por el dolor y lo llamamos sensación. Mediante la sensación reconocemos cuál de ellas nos está tocando y en ese momento nos damos cuenta, dependiendo de la sensibilidad de cada uno.
¿Cómo vivo la sensación? ¿Qué hago con ella?
Inmediatamente nuestro pensamiento, ante la reacción en el cuerpo de la sensación, se pone en marcha e interpretamos esa sensación, “Me siento…”, “Siento que”. La sensación se transforma en sentimiento.
Hasta este momento, nadie se escapa de las emociones, pero cuando entra en juego el sentimiento está en nuestras manos decidir qué hacer con él: uno, hacer que se extinga; dos, mantenerlo; y tres, mantenerlo y amplificarlo, dejando que el sentimiento se alargue en el tiempo convirtiéndose en un estado de ánimo.
De la alegría a la euforia, de la tristeza a la depresión, del miedo al temor, de la ira a la violencia.
Las abuelas lo tenían claro, cuenta hasta 10.
Aunque parezca una tontería contar hasta diez nos permite parar y no dejarnos llevar por la pasión del momento, nos permite encontrar argumentos y responder adecuadamente.
Como es imposible no tener emociones, de ahí surge la necesidad e importancia de aprender a gestionar las emociones para evitar arrepentimientos al darnos cuenta que nuestra reacción emocional ha sido desmesurada y para que no lleguen a desbordarse las emociones y controlen nuestro carácter y temperamento.